Arte de acción en tiempos de covianidad

Post date: enero 26, 2021 | Category: Vigésima Edicion Agosto 2020

 

“Se restringe de forma inmediata el funcionamiento de cines, gimnasios, teatros, museos, conciertos, funciones de circo, reuniones y similares. Y prohibido todo espectáculo público cuyo aforo supere las 30 personas.” Disposición gubernamental, Ecuador, 14 de marzo/2020

 

De pronto los artistas, como todos los ciudadanos, nos vimos confinados en tiempos de pandemia. Por cuestiones de salud pública, de responsabilidad, prevención y cuidado individual y social ante la gravedad y propagación del covid-19, debíamos quedarnos en casa más horas al día de lo habitual; incluso, dependiendo del país y el estado de la situación, podría este confinamiento durar la mayor parte del día. De hecho, a la fecha que escribo esto[2], en Ecuador no hay ninguna provincia aún que haya dado por terminada la cuarentena. La crisis sanitaria se mantiene indefinidamente en el mundo. Y esto obviamente ha afectado y está afectando a la gestión, producción y circulación artística y cultural.

 

Cuerpos, presencias y escenarios múltiples

Algo en común entre arte de acción (performance, happening, acto poético) con las artes escénicas es el protagonismo del cuerpo, de la presencia y accionar del mismo en un tiempo y espacio determinado, ante un público, un espectador. Es esta misma presencia real del cuerpo, de la corporalidad del actor o performer, la que se ve afectada, interrumpida ante la realidad que vivimos: la imposibilidad de presentarnos, de actuar, de performar en los escenarios habituales para estos campos, como son los teatros, galerías, museos y eventos artísticos en general. El inicio de la cuarentena vino acompañado por una serie de medidas de bioseguridad, limitaciones y control de la interactividad social y la presencia del cuerpo, de los cuerpos, tanto en el espacio público como en los espacios de presentación y exhibición artística. Esto llevó, lo sabemos, a un volcarse de los artistas a las plataformas virtuales y redes sociales para mostrar y circular sus obras, desde todas las disciplinas: artes plásticas, artes visuales, artes musicales, artes escénicas, artes literarias, artes inter y transdisciplinares. Pero, y obviamente, nunca una presentación, una transmisión mediada por aplicaciones tecnológicas como Whatsapp, Skype, Zoom o Google Meet será igual a la presencia real, al aquí y el ahora compartido en un espacio físico común entre artista (sea actor/actriz o performero/a) y un público, una audiencia. Y en general, entre cualquier representante de las performing arts (músicos, bailarines, comediantes, etcétera) y el espectador, respecto a una acción-reacción-interacción en vivo.

Inevitablemente hay una pérdida, una carencia, una ausencia cuando la interfase entre uno y otro no es la tridimensionalidad espacial, no son los cuerpos presentes, los cuerpos accionados y accionando, los cuerpos espectadores, los cuerpos oyentes, los cuerpos dialogantes, los cuerpos sensoriales, los cuerpos interactivos quienes están relacionándose en diferentes niveles en un espacio y tiempo real compartido. Ausencia tanto de lo que se da como de lo que se recibe, en esta relación artista-público. Ausencia no solo física, espacial, material, sino también energética y aurática, de lado y lado dentro de procesos de comunicación, integración y convivencia.

 

El cuerpo mediado y el aplanamiento del *frame*

En todo caso, muchos artistas hemos optado por acoplar o replantear nuestras obras, nuestras propuestas a esta “nueva realidad”, “nueva cotidianidad” o como se dice ya en algunos países latinoamericanos, esta “covidianidad” que demanda migrar o devenir nuestro trabajo a la esfera de las tecnologías on line de transmisión en tiempo real. Muchos ya lo habían hecho o habían experimentado con ello antes, estaban preparados, eran territorios recorridos. Pero miles de artistas alrededor del mundo no lo estaban. Tuvieron que aprender haciéndolo. Y seguimos aprendiendo de esta experiencia trans-presencial y trans-materialidad física (el cuerpo más allá del cuerpo) desde entornos y experiencias virtuales que ya existían y que nos eran más o menos familiares, pero que a la fecha son —en la mayoría de países— el principal medio de acceso al consumo de las prácticas artísticas escénicas y performáticas. De las artes vivas a las artes vivas “en vivo” por internet.

Este devenir on line evidentemente nos constituye un desafío corporal, creativo, estético, profesional y mediático. Partiendo de que nunca será igual a la experiencia directa con los otros, hemos ido adaptando más o menos nuestros contenidos y adaptándonos nosotros mismos “en escena” ante las condiciones actuales y las limitaciones que las mismas significan. Una de los grandes desafíos ha sido, es y será: ¿cómo enfrentarnos nosotros y cómo se enfrentan los públicos a una performance u obra escénica ante su “aplanamiento”, producido este por el visionamiento en pantallas de las obras y trabajos presentados, expuestos, performados, actuados? Aplanamiento espacial, aplanamiento físico, aplanamiento corporal, aplanamiento de perspectivas múltiples, aplanamiento multisensorial. El campo de presentación, acción y visión se reduce y enmarca desde el cuadro de la cámara que transmite. Eso nos emparenta automáticamente con el cine, la televisión y el video, sabiendo que estos formatos y técnicas tienen ya, históricamente, su desarrollo, estructura y lenguajes propios, y que no es posible competir con todas las posibilidades de preproducción, producción y postproducción de estos medios desde un live cam realizado con los limitados recursos que nos da nuestro celular o computadora trasmitiendo, o con los softwares de manipulación audiovisual en tiempo real de nuestros ordenadores, o con lo que tengamos en nuestra casa o taller para “armar” nuestro espacio, nuestra escenografía, nuestra puesta en escena, entendiendo que la mayoría de las transmisiones en estos tiempos pandémicos se han realizado directamente desde nuestros espacios habitacionales propios, íntimos incluso.

 

La escénica/performática expandida

Algo de lo que he podido constatar de obras escénicas/performáticas vistas en este tiempo, es que desde su resolución técnica muchas consisten en poner la cámara al frente y transmitir desde ese encuadre fijo, estático, sobre todo en obras unipersonales y monólogos. Se entiende perfectamente el que esta sea una modalidad adoptada por muchos creadores, actores, performers y directores. Pero, por otro lado, ahí es donde más podría darse este “aplanamiento” escénico mencionado. En ese sentido, simplemente como anotaciones para mi propio trabajo, considero que hay aún mucho camino por explorar, por experimentar, respecto a, por ejemplo: – Las posibilidades narrativas y visuales desde el movimiento de la cámara, ya sea asistida o desde el mismo intérprete. – Las posibilidades desde el movimiento de la o las personas en escena, de recorridos, a través de la casa o del espacio desde el cual esté transmitiendo, incorporando incluso la misma calle o espacio público a la trama. – Las posibilidades de efectos y filtros audiovisuales en tiempo real. – Las posibilidades de articulación e interacción con otros artistas transmitiendo desde otras locaciones, y con los mismos espectadores, a través de los recursos propios de la plataforma grupal que se esté utilizando. Por ejemplo, las cámaras, micrófonos y chats de los usuarios, y momentos programados o espontáneos en que ellos puedan prenderlas y apagarlas, o escribir, interactuando así con los actores o performers en escena, o entre ellos mismos, ampliando de esta manera la experiencia artística y estética: de pasiva a activa, de contemplativa a participativa, de uniautoral a colaborativa.

 

Sobre este último punto, creo que justamente porque estas presentaciones on line no se tratan, ni se tienen que tratar de cine, televisión o video (es decir, audiovisuales en tiempo diferido), el hecho de que son transmisiones de contenidos, de imagen y sonido en tiempo real y por medios que posibilitan la interacción directa con espectadores de todo el mundo, debería considerarse justamente estas posibilidades interactivas como algo que podría marcar la diferencia positiva y de ganancia frente a los lenguajes de visionamiento de contenidos audiovisuales en tiempo diferido. Obviamente ni el cine, la televisión o el video, ni populares plataformas on line como Netflix, dan la posibilidad de interactuar con quienes aparecen en pantalla. Y, solo ciertas líneas o propuestas de las artes escénicas y performáticas contemplan, invitan o provocan a que el espectador sea parte de la trama o acción que está sucediendo.

 

Virales estrellas transmitiendo

Además, en la condición postmoderna global en la que vivimos, el universo escénico y performático a través del audiovisual es cada vez menos “propiedad” de los artistas, desde los mismos medios y recursos para la producción, realización, circulación y consumo de contenidos creativos, estéticos y del entretenimiento que nos permiten las tecnologías actuales y el Internet. Youtube fue creada en el 2005, Instagram lanzada en el 2010 y TikTok en el 2016. ¿Cómo asumimos desde las prácticas artísticas escénicas y performáticas el que además ahora, al incursionar más o menos en el campo del registro audiovisual y transmisión en línea de nuestros obras, entramos en diálogos, tensiones, convergencias y divergencias con los youtubers, instagramers en video y últimamente, con la explosión de tiktokers en estos tiempos de confinamiento? Muchos de ellos ya con miles de fans y seguidores alrededor del mundo, con un público cautivo de ávido consumo de sus producciones, más allá de que las mismas sean o no arte. Y que no necesitan serlo o llamarse así para tener una aceptación masiva y deslocalizada, pues las motivaciones para la apreciación, seguimiento y consumo de estas producciones son múltiples, diversas, desde la sociedad civil global.

Y, en términos de interactividad… ¿Cómo asumimos también, desde el uso de plataformas que permiten la interacción en tiempo real con nuestros públicos, el que, por ejemplo, y más hacia la performance, existan ya formatos como las trasmisiones en vivo de populares gamers que en tiempo real no solo juegan en línea, sino que interactúan con sus espectadores y seguidores? Este es un popular universo, sobre todo entre las nuevas generaciones, que mezcla tanto realidad como fantasía, y en el cual son muy apreciadas las chicas gamers que además reciben propinas por sus “presentaciones” e interacción con el público. Y, aún más allá, en términos de las posibilidades de interactividad con las audiencias a nivel global, tenemos el caso de las y los modelos de cámara web para adultos —del inglés webcam model; camgirl si se trata de una mujer, camboy si el modelo es un hombre— los cuales transmiten video por internet en tiempo real, utilizando una cámara web o su celular. El objetivo de sus interacción con los espectadores es principalmente de carácter sexual, pudiendo mostrarse desnudos o en ropa interior, así como comportarse de forma explícita y provocativa con sus cuerpos y sus genitales. Aunque esto no es imprescindible; algunes modeles simplemente conversan sobre varios temas mientras reciben propinas de sus fans. Y, en algunos casos, realizan una verdadera performance introductoria o puesta en escena antes de continuar con fases más sexualmente explícitas, abiertes a que el espectador les solicite realizar ciertos gestos o actos, lo cual tendrá un precio según la petición realizada individual o colectivamente desde la audiencia, desde los consumidores dispuestos a pagar porque se cumplan retos, deseos y fantasías.

 

Brechas sociales, brechas tecnológicas

En este punto, considero necesario también el plantearse reflexiones respecto a la accesibilidad de contenidos on line. Este volcarse a las plataformas virtuales en Internet desde las artes, sean transmisiones en vivo o en diferido, lleva a preguntarse sobre el impacto a nivel social que está teniendo en general la publicación y difusión de contenidos artísticos y culturales en cuanto a la población local y nacional que puede acceder a los mismos (factor generacional incluído), entendiendo que en tiempos de covid-19 y cuarentena las primeras épocas de cofinamiento debíamos pasar la mayor parte del día en casa. #QuédateEnCasa era el slogan global necesario cuando todo esto empezó, y lo sigue siendo, como una de las medidas más efectivas de prevención y seguridad ante el contagio. Pero, y como ejemplo emblemático, hubo a nivel global y sobre todo en países en vías de desarrollo[3] un conflicto con respecto a los recursos tecnológicos y de conectividad disponibles en los hogares cuando los estudiantes de todos los niveles no pudieron acudir a sus centros de aprendizaje: escuelas, colegios, universidades, institutos. Al respecto, lastimosamente en el Ecuador solo el 37,2 % de los hogares del país cuenta con acceso a Internet, según la última encuesta disponible del Instituto Nacional de Estadística y Censos. Y en México, solo el 30 % de los estudiantes de la la Secretaría de Educación Pública (SEP) cuenta con acceso a Internet como para cumplir a través de este medio los contenidos del programa “Aprende en Casa” implementado por dicho organismo.

Estos datos nos dan una idea del uso de internet en hogares de ambos países. Realidades y brechas socioeconómicas obviamente determinan la cantidad de población con accesibilidad a este servicio en su vivienda, así como la disponibilidad de computadores y teléfonos inteligentes. E incluso, la cantidad de megas de su contrato de internet: eso, evidentemente, también determina la velocidad y calidad de la transmisión que reciba dicha población en sus dispositivos. La transmisión de una performane en vivo con una señal deficiente desde el emisor y/o receptor obviamente afectará la óptima apreciación de esa performance. Y, cabe además preguntarse: ¿hasta qué punto las transmisiones on line de contenidos artísticos escénicos y performáticos “democratizan” o “facilitan” su acceso a la población nacional en países como Ecuador y México? Más aún respecto al arte contemporáneo, que de por si su apreciación e impacto no son masivos en la sociedad civil en general. De eso lo dan cuenta sus circuitos de exposición y consumo, tanto on line como off line, así como la cotidianidad de sus prácticas y las visitas a sus centros o eventos de exhibición y venta en países como los nuestros.

Y, por otro lado, mas allá de las “fronteras” de cada país, de los residentes en dicho país (nacionales y extranjeros) y su poder adquisitivo, así como de sus intereses y gustos respecto a consumos artísticos y culturales, las transmisiones en línea desde la red global de internet nos permite llegar a auditorios y consumidores de todo el mundo… Por un lado, tenemos todas las realidades y limitaciones de acceso y consumo al interior del país, con respecto a su población, clases sociales y economías. Y por otro, la deslocalización y translocalización que nos permite Internet…. desde casi cualquier lugar del mundo para casi cualquier lugar del mundo. Obviamente esto amplía ilimitadamente el potencial de públicos al que podremos llegar con nuestras obras, con nuestro trabajo, lo cual es alentador. Sin embargo, no perdamos tampoco de vista la brecha digital y telecomunicacional a nivel global: según Global Digital, en enero de 2019 el 57% de la población tenía acceso a internet. Es decir, un 43% aún desconectados, carentes de esa y de muchas otras tecnologías, recursos y beneficios.

Ahora, estas reflexiones repecto a contenidos artísticos on line y su consumo son pre y post covidianidad, no solo para estos tiempos. Pero es la realidad latente de estas épocas o coyunturas “tan on line” lo que detonó el hacerlas, y proponer la pertinencia de las mismas en el contexto del presente artículo.

 

La calle no calla

Algo respecto a la transmisión on line de performances o puestas en escena desde el confinamiento de casas, hogares y talleres es que se corre el peligro no solo del mencionado aplanamiento, sino también y para determinadas obras o propuestas, la descontextualización o despolitización de estas en cuanto a su no localización o activación en ciertas espacios, territorialidades y contextos específicos, necesarios, determinantes. Al principio de las medidas de seguridad y control tomadas en esta pademia, parecía que la única locación o el único “site specific” posible era el espacio doméstico o el habitat del artista —o cercano al él/ella— desde el cual su conexión a internet le permitía transmitir. Pero las calles, plazas y parques, lo urbano público es el espacio tangible, accesible y político por excelencia de y para la sociedad civil, para el pueblo. Es el entorno físico donde los individuos y colectivos, los cuerpos, ideas y emociones pueden expresarse, manifestarse y movilizarse de una manera relativamente libre, tanto en lo que aprueban como en lo que rechazan no solo a nivel local y nacional, sino global.

Desde que empezó la cuarentena, museos y galerías, así como espacios institucionales e independientes para la exhibición y circulación de las artes permanecen o permanecieron inactivos en cuanto a programaciones en sus instalaciones, invernando en este sentido, pues han estado también sosteniendo sus agendas desde actividades y estrategias en línea. Pero la calle no ha callado. Nunca lo ha hecho. Nunca lo hará. Tras la crisis inicial, el desconcierto y el más crudo confinamiento obligatorio (aquel en que la mayor parte del día debíamos quedarnos en casa), más allá de la activación de las prácticas artísticas escénicas y performáticas on line, en diversas ciudades del mundo hemos estado realizando performances en las calles. Les cuerpos/cuerpas necesitamos accionar, hacer, gritar, ir más allá del miedo, la enfermedad y la muerte. Las ideas y reflexiones, el pensamiento crítico, contestatario, o simplemente nuestras emociones, sentimientos, miedos, frustraciones y pulsaciones diversas no dejan de encarnarse en el cuerpo liberado, en la espacialidad escrita o en blanco, en la acción con o sin espectadores, en el gesto, el objeto y la palabra. En la energía esculpida en un tiempo y un espacio más allá de los tiempos y espacios que estamos viviendo. Hacerlo no es solo un acto de libertad de creación y expresión, de acción, reacción y resiliencia, de catarsis y liberación, del posicionamiento de eros sobre tánatos, sino puede constituirse además en un acto político de resistencia a sistemas de poder y control, a gobiernos y gobernantes. La responsabilidad que tenemos todes por cuidarnos, cuidar a nuestro entorno inmediato y a la sociedad en general desde medidas de bioseguridad, cambio de conductas y rutinas es fundamental y necesaria; son obligaciones desde lo personal y colectivo. Pero también, respecto a las medidas de confinamiento y distanciamiento social, el quedarnos en casa aletargados por el miedo y la (muy justa) preocupación por esta crisis sanitaria, social y económica sin precedentes en mi país y en el mundo, también nos impide o complejiza aún más la articulación de las luchas y las movilizaciones sociales de disidencia, resistencia y protesta contra la pandemia de corrupción, sobreprecios e irregularidades que estamos viviendo en muchos países latinoamericanos. Y de marchas y plantones en las calles del Ecuador, en protesta contra su actual desgobierno y el inmediato mal gobierno que lo precedió; contra autoridades, servidores públicos e instituciones responsables de tanta corrupción, saqueo y miseria contra el país.

La ciudad, como el cuerpo, como el arte, son territorios de encuentros, desencuentros y conflictos. Y cartografías de dudas, certezas, miedos, corajes, deseos y batallas. De cada día, de todos los días.

 


[1] Artista transdisciplinar ecuatoriano basado en Quito. Es Maestro en Arte y Nuevas Tecnologías por la Universidad Europea de Madrid, España. Doctorando en Artes por la Universidad de Guanajuato, Guanajuato, México. Tienes reconocimientos y selecciones internacionales en arte contemporáneo.

[2] Julio de 2020.

[3] Como la mayoría de los países Latinoamericanos.