Portafolio – Cuauhtémoc Velázquez

Post date: julio 08, 2017 | Category: Octava Edición Diciembre 2009

“Cuauhtémoc Velázquez finalizó estudios de arquitectura para dedicarse a la producción artística y a la docencia. Ha participado en múltiples exposiciones individuales y colectivas, tanto nacionales como internacionales. Obtuvo el reconocimiento Premio Nacional de Acuarela de Paisaje, así como varias menciones honoríficas y de crítica por el Museo Nacional de la Acuarela. Fue seleccionado, entre otros, para representar a México en la Segunda Bienal Internacional de Acuarela y ha sido becado por el Instituto Estatal de Cultura del Estado de Guanajuato. Obtuvo mención honorífica en la Segunda Bienal Estatal Olga Costa. Actualmente su obra se exhibe como parte de la colección permanente del Museo Nacional de la Acuarela.” http://www.festivalcervantino.gob.mx/fic09/node/707

 

Cuauhtémoc Velázquez: paisajes desde el interior

Por Omar Gasca

 

Mientras muchos piensan que la pintura está agotada, sin camino, sin nada insólito que ofrecer, a buena distancia de la pintura holandesa del siglo XVII, lejos de Elsheimer, Friedrich, Von Guerard, Pieter Brueghel el Viejo y otros, inclusive Velasco, nuestro más cercano, Cuauhtémoc Velázquez se nos presenta no sólo como pintor sino como paisajista, continuando peculiarmente la tradición occidental que hizo que el paisaje dejara de servir de fondo para cuadros de otro género y se convirtiera en un género autónomo, sí, en efecto, con escenas de la naturaleza tales como montañas, valles, lagos, ríos, árboles, bosques y siempre una porción de cielo. La naturaleza salvaje, a veces amenazadora, y la naturaleza dominada, domada, colonizada por el hombre: el valle con una casa, el campo cultivado.

Con Cuauhtémoc Velázquez lo que sigue es el hombre y sus “paisajes desde el interior”, es decir, esa otra naturaleza, la psíquica, en la que montañas, valles, lagos, ríos, árboles, bosques y siempre una porción de cielo son más una vivencia, un eco, un símbolo y una evocación. La autonomía del género crece así, porque el paisaje no retrata ni relata, no pretende otra literalidad que aquélla que expresa un proceso creativo, evocador, impregnado de gesto, de acción, y que elude lo grandioso, abundante y salvaje del naturalismo así como esa categoría estética de lo típicamente sublime en el paisaje que consiste en proponer o pretender la belleza extrema con tal de conducir al espectador a una suerte de éxtasis, lo que hoy por hoy suele, más que arrebatar, más que encantar –por la reiteración, por los efectos del desgaste semántico del “más de lo mismo”–interpretarse como acciones fallidas que gravitan en lo cursi y en lo ridículo: el paisaje clásico, el paisaje ideal que, de otra parte, a modo de un optimismo gratuito o por lo menos ingenuo da la espalda en estos días a la inminencia del holocausto ecológico que se avecina gracias a los impactos que la prepotencia, el abuso, la ignorancia y la estupidez han producido en el ambiente.

En el interior de Cuauhtémoc Velázquez se despliega el producto de la mirada y allí, entre experiencia, cultura, imaginación, sensibilidad e ideas crece el concepto, esa construcción o imagen mental a través de la cual este artista comprende y reinterpreta las experiencias que emergen de la interacción con su entorno, con el paisaje, aunque éste en realidad es un pretexto tan bueno como cualquier otro para hacer que la pintura sea la verdadera protagonista y esté al servicio de sí misma, del color, la textura, la forma, es decir, al servicio del pintor, de su capacidad expresiva, de sus nociones y sensaciones. Porque estas pinturas son fundamentalmente abstractas y por más que se adscriban a un tema son pintura, a secas, abstracción lírica. Y en ese sentido es que son paisajes desde el interior, porque constituyen una especie de topografía que tiene por objeto la representación visual de las ideas, sensaciones y pasiones que habitan en el autor, representación que es imposiblemente literal y que se contagia, además, de las habilidades, del talento formal y conceptual de un pintor que hace uso de las prerrogativas que da el oficio al tiempo que aprovecha o, más bien, deja fluir, su carácter.

A la mirada le hacen poca falta las coartadas y los pretextos cuando se halla frente a pinturas como éstas, que no requieren andamios argumentales porque reflejan con claridad sus propiedades, sus valores. Si se trata de paisajes y si son interiores o si se trata de otra cosa es lo de menos. Cuando la obra es honesta y consistente como en este caso, siempre hay en ella un conjunto de signos que traducen la intimidad, el interior del autor, del mismo modo que acusan su visión de mundo, una idea del arte, la propia imagen del ser artista y la potencia de sus alcances.

 

Cuauhtémoc Velázquez: paisajes desde el interior

Con Cuauhtémoc Velázquez nos hallamos frente al hombre y sus “paisajes desde el interior”, es decir, esa otra naturaleza, la psíquica, en la que montañas, valles, lagos, ríos, árboles, bosques y siempre una porción de cielo son más una vivencia, un eco, un símbolo y una evocación. Sus paisajes no retratan ni relatan; el pintor no pretende otra literalidad que aquélla que expresa un proceso creativo, evocador, impregnado de gesto, de acción, y que elude lo grandioso, abundante y salvaje del naturalismo así como esa categoría estética de lo típicamente sublime en el paisaje que consiste en proponer o pretender la belleza extrema con tal de conducir al espectador a una suerte de éxtasis.

En el interior de Cuauhtémoc Velázquez se despliega el producto de la mirada y allí, entre experiencia, cultura, imaginación, sensibilidad e ideas crece el concepto, esa construcción o imagen mental a través de la cual este artista comprende y reinterpreta las experiencias que emergen de la interacción con su entorno, con el paisaje, aunque éste en realidad es un pretexto tan bueno como cualquier otro para hacer que la pintura sea la verdadera protagonista y esté al servicio de sí misma, del color, la textura, la forma, es decir, al servicio del pintor, de su capacidad expresiva, de sus nociones y sensaciones. Son paisajes desde el interior porque constituyen una especie de topografía que tiene por objeto la representación visual de las ideas, sensaciones y pasiones que habitan en el autor, representación que es imposiblemente literal y que se contagia, además, de las habilidades, del talento formal y conceptual de un pintor que hace uso de las prerrogativas que da el oficio al tiempo que aprovecha o, más bien, deja fluir, su carácter.

Si se trata de paisajes y si son interiores o si se trata de otra cosa es lo de menos. Cuando la obra es honesta y consistente como en este caso, siempre hay en ella un conjunto de signos que traducen la intimidad, el interior del autor, del mismo modo que acusan su visión de mundo, una idea del arte, la propia imagen del ser artista y la potencia de sus alcances.

Omar Gasca, verano 2009