Post date: enero 23, 2021 | Category: Vigésima Edicion Agosto 2020
Sergio Jacinto Alejo López1, Jimena Alarcón Castro2, Graciela M.L. Ruiz-Aguilar3*
1 Profesor del Departamento de Ingeniería Agroindustrial, Campus Celaya Salvatierra, Universidad de Guanajuato. Privada de Arteaga s/n, 38900, Salvatierra, Gto. México Tel. +52 (466) 663-2132; Fax +52 (466) 663-3413. E-mail: sj.alejo@ugto.mx. ORCID iD: https://orcid.org/0000-0001-8217-7050.
2 Profesora del Departamento de Artes y Tecnologías del Diseño. Grupo de Investigación en Diseño Universidad del Bío-Bío. Avenida Collao 1202, Concepción, Chile. Tel. +56 (9) 82886046. E. Mail: jimenaal@ubiobio.cl. ORCID iD: http://orcid.org/0000-0002-4324-4369
3* Profesora del Departamento de Ciencias Ambientales, Campus Irapuato-Salamanca, Universidad de Guanajuato. Carretera Irapuato-Silao Km. 9, Col. El Copal, 36500, Irapuato, Gto. Tel. +52 (462) 624-1889 Ext. 1805. E-mail: gracielar@ugto.mx; g.ruiz.aguilar@gmail.com. ORCID iD: https://orcid.org/0000-0001-9460-1429.
*Autor de correspondencia
Resumen
El patrimonio cultural y su diversidad han menguado su permanencia y reproducción en las nuevas generaciones. Eso se le atribuye a una serie de pérdida de identidades y de reconocimiento de lo que implica crear un artefacto como una cerámica, una vestimenta, un mueble, un medio digital, entre otros. Este artículo plantea, la nueva clase de responsabilidades que debiera asumir el diseño mexicano, mediante una aproximación a su problemática. Asimismo, se muestra la insuficiencia de reglamentaciones y políticas nacionales sobre diseño en el contexto de la investigación y el desarrollo nacional. Se concluye que un conjunto de políticas de diseño deberá incluir una organización de los principales actores generadores del diseño, para poder tener una cercanía y reconocimiento con los sectores social, empresarial y gubernamental.
Palabras clave: Diseño, Transdisciplinario, Artesanía, Políticas Públicas.
Introducción
Al igual que en muchos países de América Latina, México tiene un reto importante para establecer políticas del diseño ante la falta de reglamentaciones jurídicas de aplicación nacional e internacional. Lo anterior con el fin de salvaguardar la permanencia y reproducción del patrimonio cultural y la multidiversidad de identidades locales adquiridas y compartidas durante siglos. Como son la hechura artesanal de la cerámica, el vestido, la comida, la danza, la pintura, la herbolaria, las manifestaciones religiosas y las demás costumbres sociales comunitarias.
En estas construcciones culturales, se da el diseño de manera sistémica y distinta, sea como un insumo, un proceso, un producto, un medio o un fin, como un elemento o un todo. El diseño tiene infinidad de caras y miradas como una función humana elemental o como una disciplina de estudio. Está adherido a la vida de los pueblos, sin embargo, no se percibe con toda plenitud frecuentemente, ya sea por ignorancia, por poca observación o, simplemente, porque se nos regala a menudo su esencia y valor de manera tan sencilla e ingenua que lo desvaloramos.
Hay hechos en el universo del diseño que despiertan el alma y la pertenencia a un lugar, a un grupo o a una idea, entonces el diseño cobra vida. Resurge en la conciencia como el lazo que nos une a un pasado y un presente valioso; y, hasta nos causa enfado y celo que lo tomen manos o voces ajenas, como si robaran algo de nosotros mismos. Vemos con desaliento como son raptados testimonios materiales de los mundos particulares, ante la ausencia de políticas y normatividades específicas, pasando por alto las dignidades innovadoras de sus diseñadores. Todo lo que es formado creativamente nos somete a sus condiciones. A mismo tiempo lo conformado nos libera del estado de sometimiento. El diseño crea libertad, posibilita acciones que antes no eran posibles, pero a la vez limita. Es justamente en esta antítesis, donde surgen las variables vinculadas a la difusión ética del diseño y su autoría. Esa es la esencia política del diseño, que libera las acciones humanas; y, a la vez, limita su propia existencia de diseminación (Von Borries, 2019).
El presente ensayo plantea la nueva clase de responsabilidades que deberá asumir el diseño y su fundamento, mediante una aproximación a sus problemáticas en México. Se destaca la insuficiencia de las reglamentaciones y políticas nacionales de diseño, en un contexto de la investigación y el desarrollo de cultura material nacional. Se concluye, que un conjunto de políticas de diseño debiera incluir una organización de los roles de los principales actores generadores del diseño. El establecimiento de un modelo de gobernanza por parte de las empresas de diseño, significaría contar con una representatividad legítima a favor de su poder negociador. Potenciaría su presencia y coordinación entre agentes productivos privados y públicos del sistema diseño, entre ellos, empresas tradicionales, gobierno, academia, centros tecnológicos, otros; propendiendo a la vinculación estratégica y colaborativa entre sectores económicos. Para ello, se requiere de la elaboración de una agenda, conducente al logro de acuerdos, relativos a su contenido, implementación y proyección del sector. Una gobernanza, sinónimo de asociatividad legalmente declarada por parte de las empresas, oportuna, eficiente y respaldada por políticas públicas, es fundamental para impulsar a las empresas de diseño. Solo entonces, podremos esperar que este sector creativo, avancen hacia una autonomía sostenida y madura, para realizar los aportes que las organizaciones y la sociedad requieren. Si el Gobierno contara con políticas públicas de diseño, se establecería un marco de actuaciones claro que podría guiar a las empresas en cuanto a sus desempeños a nivel social. Ambas acciones, promoverían la instalación de una cultura favorable para este sector creativo en la sociedad. Se pondría límite a la depreciación cultural y la apropiación indebida del capital cultural, potenciando el valor del diseño (Fig.1).
Fig. 1. La problemática del diseño en México. Fuente: Autores.
La problemática del diseño en México
La historia del diseño en México inicia con importante énfasis después de la Segunda Guerra Mundial, ligada al desarrollo económico. Particularmente, con el proceso de industrialización, aprovechado por las empresas nacionales e internacionales, para la oferta de productos y servicios a mercados cautivos muy avanzado el siglo XX. Durante ese período, se crean las primeras escuelas de diseño en el país y se desarrollan eventos de interés nacional e internacional, que impulsan el crecimiento de esta actividad profesional. Destaca el establecimiento del Centro de Diseño del Instituto Mexicano de Comercio Exterior (IMCE), que desafortunadamente con el tiempo decayó. Posteriormente, el diseño tiene una influencia del modelo de sustitución de importaciones y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, lo que desencadena una competencia internacional en el país. Aparecieron cadenas de hipermercados y franquicias, también se formaron agrupaciones de empresas para atender el mercado del diseño en México (Ferruzca y Rodríguez, 2011).
El diseño mexicano vinculado inevitablemente a sus raíces artísticas y artesanales ha experimentado diversas dificultades, asociadas a contextos políticos, sociales, tecnológicos y culturales en sus distintas etapas (Fernández y Bonsiepe, 2008). El diseño en la actualidad, moderno y contemporáneo tiene un conjunto de problemas en México, que pueden explicarse a partir de diferentes factores, pero destaca de entre ellos, el sector productivo, desconocedor del rol del diseño como una función al interior de las empresas (Prodintec, 2006; Lecuona, 2007; Alarcón, 2012). Más bien existe una desvalorización de sus contribuciones y, por consiguiente, existe resistencia para realizar inversiones. Para las empresas tradicionales el diseño es un gasto y no una inversión (Ancer, 2017). Otro problema del diseño en México se encuentra en una dispersión y atomización de organizaciones a nivel internacional y nacional, universidades, despachos, revistas o sitios de promoción profesionales, lo que impide que al diseño se le vea como un elemento estratégico por las empresas. Otro problema es el lenguaje que manejan los diseñadores, muchas veces incomprendido por los empresarios (Rodríguez, 2008).
Pasa en el diseño lo que, en muchos gremios de profesionales, no existe una comunidad de diseñadores que levante la voz sobre las problemáticas que se padecen, aunque haya posibilidades para contar con capacidad competitiva mundial, los caminos generalmente se recorren sin una compartición de experiencias, no existen consensos ni reglamentaciones para determinar políticas y reglas en la oferta de servicios, hay una depreciación del valor del trabajo por los propios diseñadores (Cruz, 2018).
Por parte de los agentes educativos como de las universidades, en donde es conocido que no cuentan con acciones de vinculación con un impacto importante en el sector empresarial y viceversa, debemos reconocer que el establecimiento y operación de modelos educativos más flexibles han resultado muy lentos. Esto debido, principalmente, a que no se ha logrado una porosidad de los saberes del diseño con otras disciplinas, para aumentar el capital innovador de los estudiantes; y, del docente con el entorno social y empresarial. Tampoco se puede olvidar que en las instituciones educativas de diseño el docente está en una situación delicada en cuanto a su preparación profesional y académica (Soltero, 2007). Existe una desarticulación entre instituciones de educación superior, editoriales especializadas y centros de investigación en tecnología, cultura y artes. A esta dificultad se le suma la cantidad y tamaño limitado de empresas dedicadas al diseño y su poca influencia en el Gobierno. La inexistencia de una unidad dedicada a asuntos de diseño en la estructura institucional del Gobierno va en desmedro de la constitución de una política de innovación. Esta ausencia genera una falta de oportunidad para la promoción de los beneficios del diseño, a nivel transversal en la sociedad (Ferruzca y Rodríguez, 2011).
Por otro lado, en cuanto al capital cultural y de talento con que cuenta México, sobresale el predominio de tendencias que favorecen más a modelos importados del extranjero, en detrimento de las identidades nacionales y regionales del diseño. Sin embargo, el diseño aun con la problemática que le rodea, desarrolla una serie de fortalezas, ya que también propone inclusión social, interacción con los usuarios, diferenciación de productos y servicios, dinamización de la economía, impulso de la competitividad de las empresas, desarrollo sostenible, genera empleos, abre nuevos canales de participación ciudadana y contribuye a enfrentar problemas ambientales (Ferruzca y Rodríguez, 2011) (Fig.2).
La problemática del diseño se da en distintos contextos de la vida social y económica de los pueblos y las naciones. Con frecuencia es afectado por las implicaciones derivadas de la contrariedad o la oposición entre los mundos particulares y el mundo global. Si bien se trata de dos escenarios con una relación interdependiente, las tecnologías asumen un papel importante en las regiones de alto desarrollo, con una notable desventaja para las regiones de menores recursos económicos y culturales, en el sentido del papel actual de la ciencia en la producción del conocimiento. Sin embargo, ante la falta de reglamentaciones y políticas de diseño, es importante colocar la igualdad humana en el foco de referencia. Específicamente, considerando el criterio de inclusión de los pueblos y sus pensamientos, con la finalidad de valorar su patrimonio; pues la producción en gran volumen y bajo costo tiene sus límites.
Fig. 2. Síntesis del escenario del diseño en México. Fuente: Autores.
La insuficiencia de reglamentaciones y políticas públicas de diseño
Una política nacional de diseño “es un conjunto de programas y actividades, generalmente impulsada por un gremio, y apoyada por un gobierno, para promocionar y apoyar al diseño como un elemento estratégico de competitividad” (Rodríguez, 2008, p. 171). Lo anterior para mejorar la economía de un país o de una región y aumentar la calidad de vida de sus habitantes, a partir de un mejor y más consciente uso del diseño profesional. Estos son elaborados en cooperación con los sectores empresarial y profesional. Resulta necesario incorporar a los productos y servicios “sentimientos, valores, convicciones, identidad y estética para los cuales los consumidores estén dispuestos a pagar más, aportando no sólo más beneficios económicos al sector industrial, sino contribuyendo a los intereses y la prosperidad nacional” (Calvera et al., 2008). La finalidad del diseño actualmente “más que responder a una función, es la capacidad de producir sentido, la capacidad que un objeto tiene de trasmitir una imagen detrás de la cual se pueden leer las relaciones sociales y virtuales” (Ferruzca et al., 2009, p. 18).
En México, particularmente, el diseño proviene de siglos de culturas, historias y geografías que se sustentan en conocimientos tradicionales y formas de vida ancestrales que, sin ellas, no nos reconoceríamos como una gran nación rica y diversa. Existe un patrimonio de diseño artesanal, tanto material como inmaterial, que se niega a perecer ante las novedades y tecnologías del mundo global, al contrario, sus procesos y productos en sus hechuras conservan valores humanos no negociables que lo hacen vigente y perdurable.
Entonces es necesario pensar en el diseño desde una política nacional, retomar la creatividad y la imaginación en esta época colmada de transformación tecnológica, y dar la “vuelta a la creación paciente del ser humano a la individualización de las creaciones y a la huida de la rutina de la producción en masa puede ser una respuesta al desafío de la robotización” (Mercader, 2017, p. 167). Al planteamiento de la pregunta acerca de las políticas de diseño en México, ¿a qué se debe la permanente desarticulación entre la producción, el Estado y el diseño?, existe como respuesta la necesidad de realizar estudios que contribuyan a entender mejor la problemática del diseño. Con ello, la esperanza en que un día el diseño pueda llegar a ser un instrumento de desarrollo para el país. Mientras no exista un seguimiento a la estructura del diseño, empezado por un análisis de la situación con estudios sobre su uso por parte de los sectores público y privado, nada podrá ocurrir (Ferruzca et al., 2009).
Se presenta entonces el estado que guarda en México el sistema del diseño:
- No existe un convencimiento pleno de que el diseño sea reconocido como un sector de actividad económica con identidad propia. A pesar de que se encuentra definido en el Sistema de Clasificación Industrial de América del Norte (SCIAN) como actividad económica terciaria.
- Respecto al registro de la propiedad intelectual, es importante incentivar a las empresas porque es una herramienta estratégica muy necesaria.
- El diseño posee débil presencia a nivel internacional, no tanto por la falta de talento sino por la escasa implementación de estrategias de promoción.
- En la promoción del diseño es difícil encontrar al diseñador adecuado cuando se le necesita.
- No hay un consenso sobre la actividad del diseño en el contexto de la empresa, aunado al crecimiento lento de una cultura de innovación y sustentabilidad.
- Los sistemas de diseño e I&D están completamente desarticulados.
- El diseño en México se ha centrado principalmente en su dimensión cultural, insistiendo en lo que se ha hecho hasta ahora y ha propiciado un desfase en la manera de entender el diseño al compararlo con otros países.
- Las entidades públicas y privadas necesitan reorientarse y ajustarse a nuevos paradigmas y delinear escenarios futuros.
- Las instituciones educativas en diseño ignoran las necesidades de la demanda y hay una desarticulación entre académicos y empresarios, así como entre académico y sociedad (Ferruzca et al., 2009).
Una consecuencia muy particular de la adolescencia de políticas nacionales se da en el campo disciplinar del diseño en México, sobre el papel que tienen las universidades. Al respecto, menciona Bautista (2016), que estas, además de su incidencia en el sector productivo, deben incidir en políticas gubernamentales del diseño. Por su parte señala Ávila (2016, 306) que, “a toda política como principio movilizador de alguna acción concreta, corresponde una ideología que lo soporta”.
En este sentido, urge una ideología sustentada en acciones democráticas para el desarrollo social, particularmente con impacto en las necesidades de la comunidad. Sin embargo, el auge de políticas de desregulación del Estado, los monopolios de los mercados, la escasa inversión en la reconversión productiva, el cierre de muchas microempresas nacionales y la desvinculación de las universidades con estas dinámicas, han dilatado el establecimiento y operación de políticas de diseño. Si bien la propia globalización, además de la falta de acceso y de conocimiento de las tecnologías dificultan la transición de los estudiantes del campo escolar al campo productivo/laboral, se da lugar al desaprovechamiento de grandes talentos que puedan generar soluciones creativas a problemas en muchos ámbitos de nuestra sociedad.
Alude el documento de la Licenciatura en Diseño Industrial (UASLP, 2013), que los problemas y necesidades que ha enfrentado la profesión del diseño, están relacionados con la brecha existente de las necesidades sociales que han estado muy distantes de las necesidades económicas. En esta misma disyuntiva, están las tareas del diseño. Las políticas de diseño en México no han sido contempladas, mermando la valorización del diseño nacional, repitiéndose en el modelo centralizado del país, con respecto al desarrollo local-estatal de cara al desarrollo de las grandes ciudades regidas por lo global (UASLP, 2013).
Por su parte, en la Ley de Ciencia y Tecnología (2015), se abordan aspectos de suma importancia sobre el diseño a nivel mundial, específicamente es el caso de las cadenas globales de valor que proporcionan la dinámica actual de la producción y el comercio internacional en el mundo. Dichas cadenas de valor comprenden procesos de producción, en donde destacan el diseño dentro de un conjunto de actividades vinculadas a la mercadotecnia, la distribución y los servicios al consumidor, llevándose precisamente a cabo en varios países. Lo que le otorga el carácter de global a una cadena de valor, generando una fragmentación de la producción y ocasionando un incremento en la dependencia económica entre los países. En donde los crecientes flujos de importaciones de insumos intermedios, como se menciona en el Programa de Desarrollo Innovador 2013-2018, “implican que las economías nacionales carecen de la capacidad, por sí solas, de producir bienes y servicios exportables al resto del mundo” (Secretaría de Economía, 2013, p. 20).
En este sentido la gestión del diseño es un insrumento sustancial en las políticas de innovación para lograr ventajas competitivas y generar la innovación, indispensable para “generar nuevos productos, diseños, procesos, servicios, métodos u organizaciones o de incrementar valor a los existentes” (Ley de Ciencia y Tecnología 2015, art. 4, frac. IX).
De esta manera, la innovación y el desarrollo tecnológico van de la mano junto a la gestión del diseño, en el “uso sistemático del conocimiento y la investigación dirigidos hacia la producción de materiales, dispositivos, sistemas o métodos incluyendo el diseño, desarrollo, mejora de prototipos, procesos, productos, servicios o modelos organizativos” (Ley de Ciencia y Tecnología, 2015, art. 4, frac. X).
La tendencia en el diseño sobrepasa la producción de bienes tangibles, como es el caso de incrementar las competencias y habilidades de talento también en el sector comercio y servicios. Esto tiene que ver con las tendencias globales de la economía particularmente en un plano de la internacionalización que ha alcanzado notablemente el sector de los servicios dentro de la economía mundial. Por ejemplo, en el caso de México este sector contribuye de forma destacada al participar con un 60% a la producción agregada, mientras que el sector secundario solo lo hace cerca de 30%. Flores, Castillo y Rodríguez (2013), señalan que esto es parecido al ámbito de la generación de empleo, donde la participación de la manufactura sobre el empleo constituye aproximadamente 25%, agregan que esto, sin duda, evidencia el hecho de que el país gravita a convertirse en una economía terciaria. Ante estas transformaciones, cabe plantearnos cuál ha sido el impacto de la globalidad en el desarrollo y transformación del diseño. Una visión optimista para la situación de México, es que la dinámica de cambios globales ha beneficiado la función del diseño gracias al movimiento industrial hacia América del Norte debido, entre muchos otros factores, a la inversión de activos del conocimiento, la infraestructura logística vinculada a las vocaciones regionales y las cadenas de valor, ubicando a la economía del país en una ruta de mayor valor agregado, anudando el diseño a estrategias de logística y de servicios basadas en la innovación.
Desde la perspectiva oficial del Programa de Desarrollo Innovador 2013-2018, al desarrollar una política de fomento industrial y de innovación que promueva un crecimiento económico equilibrado por sectores, regiones y empresas, destacando la estrategia de promover la innovación en los sectores, bajo el esquema de participación de la academia, sector privado y gobierno, también llamada triple hélice y la de promover la cultura innovadora empresarial, impulsando la creatividad, el diseño, los modelos organizacionales y la innovación tecnológica (Secretaría de Economía, 2013).
La investigación y su desarrollo en México
Para el caso de México, de acuerdo con estadísticas publicadas de la UNESCO, se destina 0.5% de su PIB a las áreas de investigación y desarrollo (I&D), proporción semejante para países como Tanzania, Uganda, Senegal y Botswana. En cambio, países como Israel, Corea del Sur, Japón, Dinamarca, Finlandia y Suecia, disponen más de 3% del PIB. Esto significa que en México sólo 50 centavos de dólar por cada 100, se destinan a estas importantes áreas, traduciéndose en una dependencia tecnológica, bajos salarios y altos niveles de pobreza. Es necesario un mayor potenciamiento de la Ley de Ciencia y Tecnología, la cual menciona que el monto anual que se destinen a las actividades de investigación científica y desarrollo tecnológico, no podrá ser menor al 1% del PIB del país (Sandoval, 2017).
De acuerdo con el Informe General del Estado de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación México 2016 (Conacyt, 2017), el Gasto en Investigación y Desarrollo Experimental (GIDE) en 2016, fue de 97,785.3 millones de pesos y con relación al PIB el GIDE fue de 0.50%. Con esto, dicho porcentaje posicionó a México por arriba del GIDE/PIB promedio de América Latina (0.48%), sólo por debajo de Brasil (1.14%), Argentina (0.63%) y Costa Rica (0.57%). En cuanto al financiamiento del GIDE, el sector público tiene un mayor peso y el Ramo 38 (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología), participa con casi la mitad del gasto con 49.51% del total del gasto público, seguido del Ramo 11 (Educación Pública) y el Ramo 18 (Energía). En 2016, estos tres sectores concentraron más de 88% del gasto. Por su parte, el gasto en innovación fue de 15,792.8 millones de pesos reales, de los cuales 1,973.3 millones fueron aportados por el sector público y 13,789.5 millones por el sector privado (Conacyt, 2017).
La situación es compleja en política de ciencia y tecnología en México, en los últimos años ocurrió una disminución en la inversión federal que redujo el GIDE hasta el 0.51% del PIB, aunado a la caída del presupuesto del Conacyt en un 25% durante el actual sexenio, pasando de 1,417 millones de dólares corrientes en 2012 a 1,369 millones en 2017 (Zaragoza et al., 2017).
Resulta necesario avanzar en materia de innovación, por un lado, impulsar la educación para mejorar la calidad de nuestra participación ciudadana y las capacidades de nuestra fuerza de trabajo. Además, incrementar el apoyo financiero para ciencia y tecnología al 1% del PIB, a fin de aumentar la competitividad y la productividad de nuestras empresas. Con ello, lograr ser un país competitivo para contribuir principalmente al conocimiento universal, poner en el mercado innovaciones y productos propios generados de nuestros diseños locales, donde participen los científicos y tecnólogos mexicanos (Zaragoza et al., 2017).
La problemática de la investigación y desarrollo en México radica en comprender que el conocimiento científico y tecnológico es una importante riqueza de las sociedades contemporáneas, “en donde si bien es cierto que es una desventaja no disponer de conocimiento y tecnología; es más grave no saber cómo acceder a él en los tiempos actuales” (Maravert et al., 2016, p.123). Además, la mayor parte de la I&D en México se desarrolla, a través de los fondos y recursos humanos del sector público, específicamente mediante las instituciones de educación superior. Por lo mismo, existe una débil conexión de la I&D y la industria, la vinculación entre los diferentes centros e institutos de investigación es baja, así como también es baja la creación de patentes y explotación de la propiedad intelectual, la generación de diseños, la falta de inversión en capital humano (Ferruzca et al, 2009).
Los recursos federales destinados a la ciencia, tecnología e innovación han venido disminuyendo en términos reales entre 2012 y la previsión de gasto 2020, en promedio anual 2.2%. Dicha tendencia es a la baja, pues la previsión de gasto para este rubro en 2020 es 2% inferior, a lo aprobado en 2019, en términos reales. En el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 no se establece el desarrollo de la ciencia, tecnología e innovación como una prioridad de gasto. Esto representa apenas 0.2% del PIB, en consecuencia, que los países de ingresos más altos, dedican entre 1.5% y 4.2% de su PIB a la ciencia, tecnología e innovación. Por su parte, la Ley de Ciencia y Tecnología instruye que el gasto nacional en este rubro no podrá ser menor al 1% del PIB del país, mediante los apoyos, mecanismos e instrumentos previstos en dicha Ley (Centro de Estudios de las Finanzas Públicas, Cámara de Diputados, 2019).
En el caso particular de las universidades mexicanas, resulta importante plantearnos sobre qué requieren para ser el motor de la innovación y ayudar a resolver la problemática en la que se encuentra el diseño. Se menciona en el Segundo Foro de Innovación para Diseñadores de Políticas Públicas (Woodrow Wilson International Center for Scholars, 2014), tres aspectos importantes sobre el tema, en primer lugar, la cultura de innovación dentro de las universidades sigue siendo incipiente. En segundo lugar, las universidades no se rigen por las mismas reglas al llevar a cabo actividades de transferencia de tecnología. En tercero, las universidades mexicanas continúan en el proceso de adaptar su funcionamiento para cumplir con las exigencias y los requerimientos demandados por la transferencia de tecnología y la innovación.
Por un lado, es característico del gremio empresarial en México de la escasa inversión que hace en I&D, es necesario que cambie su papel especulativo y esté comprometido “para modernizar y transformar la estructura productiva del país, a fin de conseguir una economía cuya competitividad resida en las capacidades de innovación y generación de valor agregado y no en salarios bajos” (Cordera y Provencia, 2018, p. 137). Por otro lado, el diseño en la I&D en México, no ha tenido un papel dignificante desde los planes y programas gubernamentales con estrategias de innovación. Por ejemplo, aun cuando se han hecho esfuerzos significativos para el establecimiento de políticas públicas del diseño, su situación es desafortunada, como consecuencia de la carencia de políticas generales sobre la innovación y el desarrollo de la tecnología, con la finalidad de competir en los mercados, así como la formación de recursos humanos para elevar la productividad de la economía nacional. El diseño en México es producto de la propia circunstancia en la que está inmerso y, así, podemos comprender cómo, a diferencia de otros países, en el nuestro “no exista una Secretaría de Industria, Comercio, Desarrollo Tecnológico e Innovación, con áreas y especialistas capacitados y orientados a promover sistemáticamente cada una de estas actividades, así como a desarrollar ventajas comparativas dinámicas” (Cordera y Provencia, 2018, p.183).
Conclusiones
En un mundo actual distinguido por el conocimiento, la información y la tecnología como capital de relevancia entre las naciones y ante el planteamiento inicial sobre ¿qué nueva clase de responsabilidad deberá asumir el diseño y cuál es su nuevo fundamento? Concluimos que para que esto suceda es urgente una estrategia nacional para el desarrollo de los bienes y servicios de alto valor creativo y de la innovación para tener competitividad. En este sentido el campo del diseño no puede limitarse solamente al quehacer de un grupo de especialistas que posean las verdades sobre lo que deba ser su esencia y su destino, sino que es necesario que se convierta en un elemento participativo de cohesión social al alcance de múltiples y distintas especialidades.
El tiempo del diseño desde la inclusión y colaboración ya está aquí, desde el conocimiento científico de diseño hasta su conocimiento ordinario, desde el diseño en las ciencias del hombre hasta el diseño en las ciencias de la naturaleza. Por ello, las visiones ambivalentes de lo blanco y lo negro, lo bueno y lo malo, lo puro y lo impuro, son cada vez menos comprensivas de la realidad cambiante, aparecen nuevas visiones con tonos grises en el diseño que demandan ser incluidos en las decisiones del campo.
Hace tiempo lograr un título universitario en diseño, por ejemplo, implicaba tener un buen trabajo y progreso personal, ahora en el diseño como en buena parte de las carreras persiste el desempleo, la inseguridad, la injusticia y la desigualdad. Nos preguntamos si aun con los desalientos de parte de muchos jóvenes, el diseño será una variable que permitirá entrar o quedar afuera de las actividades socialmente más significativas, pero es necesario admitir que hay cambios en ello.
Resulta entonces urgente al interior, responder a la manera de cómo atender la necesidad de cohesión entre los diseñadores y, a su vez, con otros especialistas como sociólogos, psicólogos, ingenieros, médicos, entre otros. Por otra parte, es necesario desarrollar estrategias para favorecer y acercar a los diseñadores con la universidad, la empresa y el gobierno, es decir, trazar acciones del diseño en la flexibilidad de la transdisciplinariedad, así como ligarlo a las particularidades regionales, sin dejar de lado las tendencias internacionales, la I&D y la divulgación en la comunidad.
Referencias
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Sergio Jacinto Alejo López
Doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Actualmente es Profesor de Tiempo Completo Titular “A”, en el Departamento de Ingeniería Agroindustrial de la División de Ciencias de la Salud e Ingenierías de la Universidad de Guanajuato. Cuenta con Reconocimiento de Perfil Deseable en Educación Superior, Integrante del Sistema Nacional de Investigadores y es profesor integrante del Cuerpo Académico Consolidado “Educación en la Cultura la Historia y el Arte”. Es miembro Interno de la Junta Directiva de la Universidad de Guanajuato.
Jimena Alarcón Castro
Profesora Titular, Universidad del Bío-Bío, Chile. Doctora en Gestión del Diseño (2012), Magister en Construcción en Madera (2003), Diseñadora Industrial (1995). Con veinticinco años de experiencia en docencia e investigación. Vicepresidenta de la Red Iberoamericana de Investigación en Diseño, perteneciente a Bienal de Diseño Matadero Madrid (2019). Fundadora y directora del Laboratorio de Investigación en Diseño (2013) y Grupo de Investigación en Diseño (2012), reconocido como Centro de Emprendimiento e Innovación en Diseño (2013), por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile. Es Gerente del Programa Territorial Integrado Biobío Creativo de CORFO (2020).
Graciela Ma. de la Luz Ruiz Aguilar
Es Doctora en Ciencias por el Departamento de Biotecnología y Bioingeniería del CINVESTAV-IPN. Su área de estudio está enfocada a la utilización de tecnologías para la generación de sistemas sostenibles, adicionalmente se interesa en procesos de enseñanza y aprendizaje. Tiene publicaciones a nivel nacional e internacional (artículos, capítulos de libro y libros). Participa con ponencias para la difusión de la ciencia ambiental. Es miembro de diferentes asociaciones en su área disciplinar. Cuenta con el Perfil Deseable del PRODEP y pertenece al Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT. Actualmente es Rectora del Campus Celaya-Salvatierra de la Universidad de Guanajuato.