Post date: julio 08, 2017 | Category: Primera edicion de Interiorgrafico
Quienes profesamos el cometido de transmitir conocimientos vivimos angustiados por un problema común: cómo hacer que lo que pretendemos enseñar llegue, efectivamente, a internalizarse en nuestros alumnos. Estoy segura que quienes han vivido la fabulosa experiencia de ejercer la docencia, si lo han hecho con ética, compartirán mi visión.
Desde hace poco más de dieciocho años participo de la aventura de enseñar Diseño. Durante ese lapso, nunca he dudado de lo que debo enseñar, mas nunca me he sentido del todo segura en cuanto a cómo debo de llevarlo a cabo para que el proceso de enseñanza-aprendizaje tenga lugar con la eficiencia debida.
Según mi experiencia, la fuente del problema sobre cómo enseñar el Diseño es al mismo tiempo su principal virtud y su mayor misterio. Y es que se trata de un proceso vivo, siempre cambiante; nunca es el mismo alumno, ni se encuentran jamás dos estudiantes iguales en un grupo. En suma: nunca enseñamos lo mismo porque el Diseño cambia cada día, como varía el tiempo y la gente. Este principio es algo que debe asumirse desde el primer momento, y tenerlo presente cada segundo en que uno se desempeñe como maestro.
Dicho de otra forma: el ejercicio del Diseño, de la vida universitaria, aunados a los cambios científicos y tecnológicos, a las modificaciones políticas, económicas, sociales y a los caprichos de la moda, nos enfrentan cada día a una realidad nueva, por distinta, que es necesario abordar con creatividad: no debemos, en realidad no podemos enseñar lo mismo en cada curso; pretender repetirnos, por comodidad, es sucumbir ante la obsolescencia y el acartonamiento más repulsivos.
El mero hecho de ser responsables de un proceso tan delicado y evolutivo como la formación en Diseño nos coloca de lleno frente a un problema, ya esbozado pero no abordado del todo: cómo enseñar. Yo misma no dudo de mis propios conocimientos, ni de los de mis colegas; no dudo de mis actitudes, ni de la necesidad actitudes, ni de la necesidad que tienen los futuros profesionistas en Diseño de ser eficientes y propositivos en una sociedad dinámica. Entonces, la pregunta, el reproche, queda formulado en términos didácticos: me enseñaron a diseñar, lo hago bien; me enseñaron a dirigir obras, y nunca he tenido problemas para ello; pero nunca, durante mi formación profesional, nadie me dijo cómo transmitir mi bagaje a otros, nadie me enseñó a enseñar el diseño.
En mi opinión, quienes ejercemos como maestros podemos capacitarnos en didáctica general, pero no en didáctica específica relacionada con disciplinas superiores. Entiendo que existen muchas y muy buenas instituciones dedicadas a capacitar maestros en los niveles básico, medio y medio superior; pero creo que no existen muchas alternativas para formar docentes en el oficio de enseñar en niveles superiores, tal vez porque la adquisición de los conocimientos y las experiencias relativos al dominio de la disciplina impiden que uno se aplique a educarse en la manera de transmitirlos.
Como quiera que esto sea, por fortuna, el Plan de Estudios de la Escuela de Diseño de esta universidad está estructurado de tal manera que, a mi entender, propicia en el alumno el surgimiento de una serie de habilidades que le permitirán adquirir los conocimientos fundamentales y adoptar las actitudes indispensables para desarrollarse en el campo del Diseño con plena conciencia de su bagaje teórico, capacidad técnica, eficiencia operativa, y, más importante que todo, de su potencia creativa. Es por esa causa que se considera en el planteamiento de todos los cursos la integración de las áreas teóricas, de humanidades, representación y tecnología. Por ende, sus contenidos deben orientarse a la convergencia en un punto del futuro: el Diseñador, persona segura, capaz, y positiva.
La pregunta se formula, pues, en estos términos: ¿cómo indicar a nuestros jóvenes ese camino? La respuesta, siempre inasible, esencialmente implica un evidente amor al Diseño.