Post date: agosto 12, 2020 | Category: Décimo Octava Edición Diciembre 2018
Resumen:
Las soluciones al problema del déficit de vivienda no radican en la estandarización o disminución del espacio, sino en el entendimiento de las formas de vida y las posteriores propuestas relacionadas con análisis y reflexiones minuciosas. El presente artículo aborda esta perspectiva desde las “modas” arquitectónicas de someter la vivienda a sus mínimos esenciales, y cómo el generar utopías de vida desde la arquitectura nos lleva a caer en distopías por no corresponderse con los valores que sustentan determinado grupo social.
Palabras clave: arquitectura, vivienda, vivienda mínima, utopía, distopía.
Para hablar de este tema, me gustaría empezar por definir cada una de las partes del título. Para tener las definiciones más esenciales he recurrido al diccionario.
Ahí encontramos que vivienda se define como lugar protegido o construcción acondicionada para que vivan personas; mínimo, como algo que tiene o ha alcanzado el menor valor, cantidad o grado posible, pero luego aparece una segunda definición: que es muy pequeño o muy poco importante (aquí abro un paréntesis para hacer referencia a nuestra situación en la enseñanza de la arquitectura: se cree que lo más grande es lo más complejo y por tal razón se suele desdeñar la casa, como si por sus dimensiones fuera de menor importancia. Si entendemos la complejidad más como un asunto relacionado a los procesos del pensamiento y conceptos arquitectónicos, es fácil entender que la tipología arquitectónica de la casa, muestra una complejidad mayor por su íntima relación con el individuo, pues esta relación determina un porcentaje de conductas cotidianas, es decir, incide directamente en la vida diaria del individuo en tanto que forma parte de su entorno íntimo e inmediato).
Ángel González, huapanguero arribeño y campesino, tocando el violín en su casa, Xichú, Guanajuato. Foto: archivo personal.
La utopía en su definición etimológica significa literalmente “no lugar”, pero no el “no lugar” arquitectónico definido por Augé, sino el “no lugar” como lo no existente, lo imposible, lo irrealizable. Utopía es un término acuñado por Tomás Moro en la novela del mismo nombre.
En arquitectura existen propuestas evidentemente utópicas, que basan su ideal en avances tecnológicos inexistentes, más propios de la ciencia ficción que de la realidad en que se sustentan.
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Pero la arquitectura tiene muchos niveles de influencia y no limita su imposibilidad, o utopía, a un asunto de ejecución. Hay arquitectura utópica por concepto, pues requiere la acción del individuo para cumplir sus intenciones, arquitectura como escenario y habitantes como actores. Entonces pueden pasar varias cosas: tener que actuar conforme a guiones y directores, o improvisar y descubrir que no se tiene talento.
Un ejemplo de esto último podría ser el proyecto Kitchenless[1] de Anna Puigjaner que propone la desaparición de la cocina dentro de las viviendas:
«(…) Empecé la idea de “sin cocina” porque era lo más provocador, me daba cuenta de que cuando hablaba de la vivienda no pasaba nada si eliminaba la sala de estar o el dormitorio, pero si tocaba la cocina se generaba una reacción adversa muy curiosa. A la cocina se la ha cargado de valores ideológicos durante el siglo XX vinculados al papel de la mujer, a la política y a la construcción del ideal de familia. Lo que me interesa implica un cambio de mentalidad muy grande, se trata de entender una casa no por sus metros cuadrados sino por sus servicios. Para resumir esta idea el tema de prescindir de la cocina era bastante bueno porque lo simplificaba todo y provocaba mucho». (Bestard, 2016)
A grandes rasgos, Puigjaner, propone la aparición de cocinas colectivas basándose en los tipos que, según su investigación, ya existían en el s. XIX en Nueva York, politizándose en el s. XX gracias a los rusos y la creación de viviendas sociales; debido a esto, la cocina colectiva, “tuvo un significado político asociado al comunismo”. Las cocinas colectivas, más que un espacio compartido, eran un servicio doméstico con un cocinero. “Se trata de externalizar los trabajos domésticos, que son trabajos que deberían ser remunerados y pagados”, menciona. (Thorns, 2018)
Esta propuesta de externalizar estos trabajos también la encontramos en la idea del desvanecimiento de los límites entre lo público y lo privado sugerido por Mónica Cevedio:
«(…) podemos «abrir» esa idea de privacidad con algunos lugares comunes, como servicios y equipamientos colectivos, lo que supondría socializar las «tareas domésticas» (…) De esta forma las tareas y lugares considerados privados y improductivos pasarían a ser considerados semipúblicos y productivos (…) en los que se podría contratar personal especializado para que realizaran estas tareas consideradas “improductivas” (las domésticas) para que pasasen de esta forma a considerarse “trabajos” y darles así un valor de productivas». (Cevedio, 2011, págs. 22,23)
Adicional a este proyecto de cambiar la disposición tradicional de la vivienda para poder disminuir la desigualdad de género presente en el uso del espacio arquitectónico, Cevedio observa también que la vivienda se ha mantenido estática en su configuración, a pesar de que han existido grandes cambios sociales en las formas de vida (adultos mayores viviendo solos, parejas sin hijos, etc). Propone entonces “re pensar” la vivienda, integrar la vida en su esfera pública y privada, pues afirma que la función de la arquitectura “Debería ser la de fomentar las relaciones humanas”. (Cevedio, 2011, pág. 23)
En Dinamarca ya existen estos prototipos de viviendas comunitarias que fomentan la vida colectiva: los habitantes cenan juntos casi todos los días; las distintas familias cocinan una o dos veces al mes, lo cual optimiza las tareas domésticas permitiendo mayor tiempo libre los demás días para convivir tranquilamente; los niños participan en la preparación de los alimentos a partir de los 14 años; la interacción entre personas diversas y de varios rangos de edad resulta muy saludable para la convivencia. “Todo mundo habla sobre el estrés, y las familias con hijos pequeños tienen estrés, porque vienen a casa del trabajo y tienen que comprar, tienen que cocinar. Yo cuando llego a casa, me doy una ducha y luego tengo dos o tres horas con mis hijas. Me gusta que haya personas mayores viviendo aquí, porque son una especie de abuelos y abuelas para mis hijas” (testimonio de una madre soltera que ha vivido en una vivienda colectiva por 12 años). (Belic, 2011)
[1] A este proyecto se le han otorgado 100,000 dólares del Wheelwright Prize de la Universidad de Harvard para investigar en los modelos de casas colectivas existentes en todo el mundo.
Fotograma tomado del documental “Happy” de Roko Belic, en la sección referente a las viviendas comunitarias en Dinamarca.
Distopía es un término que surge como lo contrario a la utopía. Una distopía es, según la RAE, una representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana.
Fotograma de la adaptación a serie cinematográfica de “El cuento de la criada” de Margaret Atwood, por Bruce Miller.
Entonces, atendiendo a todas estas definiciones, y para efectos de este discurso, entenderemos el concepto “vivienda mínima” de dos maneras:
Espacios que resuelven lo mínimo esencial de la vida humana
Espacios que resuelven en un mínimo de dimensiones las actividades humanas
Y es aquí donde especularemos por qué la primera definición de arquitectura mínima se corresponde más con una utopía y la segunda con una distopía.
La proliferación, en redes sociales, de imágenes y artículos sobre viviendas miniatura manifiestan que existe un fuerte interés por los espacios que contienen todo lo esencial para la vida humana, en pocos metros cuadrados.
La idea de estar en el mundo sin pertenecerle parece sostenerse también en estas casas que minimizan las áreas destinadas a cada actividad “relevante” del ser humano, y que por sus dimensiones se muestran además como viviendas asequibles para estas nuevas generaciones, que intentan trabajar no por dinero sino por gusto. El actual interés de viajar por el mundo, y no establecerse permanentemente en sitio alguno, ve cumplidos sus anhelos en una casa rodante que se mueva con el viajero.
https://www.dreambiglivetinyco.com/blogs/featured-tiny-spaces/the-incredible-24-swallowtail-by-the-tiny-house-company
Estas casas se muestran utópicas en la medida que muestran formas de vida desapegadas, personas que requieren pocas cosas para estar en el mundo, muy al estilo de la propuesta de hábitat que Le Corbusier propuso en los años 50 con su Petit Cabanon.
La distopía la encontramos en la segunda definición: espacios que resuelven en un mínimo de dimensiones las actividades humanas.
La población es diversa y dinámica. No se puede estandarizar un estilo de vida en la medida que existe esta diversidad. Fernando Salinas dijo: “Cámbiese al hombre y con él cambiará la arquitectura”.[1] Los espacios que buscan “ajustar” a sus habitantes a dimensiones mínimas sin considerar los estilos de vida son un absurdo. En arquitectura, creer que las utopías deben ser impuestas produce distopías: el estilo de vida del trotamundos que puede habitar una casa rodante no se corresponde con el estilo de vida de la gente que permanece en los lugares. Una vida nómada no se puede corresponder con una vida sedentaria.
Las “modas” en la arquitectura, que nos hacen creer ingenuamente en una solución fácil a los problemas de vivienda y de vida sólo por el hecho de diseñar algo que se vea “bonito” y limpio, o que sea fotogénico e interesante para obtener un premio y publicarse, nos lleva a buscar resultados alejados de las circunstancias del habitante, que claramente no son nuestras circunstancias.
Esta situación se muestra constantemente en las publicaciones sobre arquitectura: casas diseñadas para todos los sectores que comparten elementos en común: pulcras, sobrias, sin gente, sin cosas (y cuando aparecen personas o cosas, suelen tener el mismo aspecto de la vivienda fotografiada: pulcras, sobrias).
Los arquitectos o estudiantes de arquitectura formamos parte de un sector privilegiado en la medida que tenemos acceso a la educación superior. Muchas veces no concebimos la situación de vida de los que se encuentran por debajo de nuestro privilegio. No entender la pobreza nos empuja a una incapacidad para desarrollar el hábitat de más de la mitad de la población en México:
“En el país hay 55.341 millones de pobres (…) personas (que) tienen ingresos mensuales inferiores a 2,542.13 pesos, en ciudades, y 1,614.65, en el campo. Y además… carecen de al menos uno de los siguientes derechos sociales: acceso a la educación, a servicios de salud, a seguridad social, a alimentación, a vivienda y a servicios básicos en su vivienda (…) que no pueden desayunar, comer o cenar porque simplemente no tienen dinero para comprar sus alimentos (…) Dentro de estos 55.341 millones de personas hay 11.442 millones en pobreza extrema, cuyos ingresos mensuales son menores a 1,242.61 pesos, en ciudades, y 868.25 pesos, en el campo, con lo que no pueden si quiera adquirir la canasta básica…” (Pastrana, 2006)
Someter la vivienda al espacio mínimo indispensable, estandarizando las necesidades humanas, nos lleva a un desarrollo incongruente de la vivienda. Si somos capaces de observar y entender, encontraremos las necesidades primigenias de las “otras” personas, más allá de nuestra vida de privilegio, donde el prescindir de cosas es por necesidad y no por elección, donde las cosas que se tienen no son combinables con la “pureza de las líneas” de nuestro diseño.
En sectores de pobreza extrema encontramos una fuerte voluntad por obtener y acumular cosas que tienen significados, algunas veces más allá de su utilidad. Como arquitectos debemos entender que la casa no alberga sólo a las personas sino a las cosas que acompañan su vida. Es necesario diseñar y proveer el espacio necesario para ellas, pues se muestran como ofrendas en vida, elementos que dotan de significado a la existencia individual y colectiva.
[1] Fernando Salinas fue el relator general del VII Congreso de la Unión Internacional de Arquitectos, celebrado en la Habana en 1963 y cuyo tema era “La arquitectura en los países en vías de desarrollo”.
Casas ataúd en Hong Kong. https://elpais.com/elpais/2017/05/10/album/1494401460_495526.html#foto_gal_1
Interior de una casa en el asentamiento irregular “La Venada”, Guanajuato, Gto. Foto: archivo personal
Los arquitectos tenemos escenarios ideales de trabajos, escenarios utópicos, sin embargo seríamos desleales con el mundo si no aportamos ciertas habilidades y conocimientos en escenarios distópicos, pues nuestro quehacer profesional nos obliga a contribuir en este mundo artificial creado para el ser humano, llamado arquitectura.
Bibliografía
Cevedio, M. (28,29,30 de septiembre de 2011). www.memoria.fahce.unlp.edu.ar . Recuperado el 10 de abril de 2018, de Memoria Académica, repositorio institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE) de la Universidad Nacional de La Plata. : http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.4913/ev.4913.pdf
Roko Belic, T. S. (Productor), Belic, R. (Escritor), & Belic, R. (Dirección). (2011). Happy (documental) [Película].
Bestard, C. (04 de agosto de 2016). www.archdaily.mx. Recuperado el 13 de mayo de 2018, de ArchDaily: https://www.archdaily.mx/mx/792572/vivir-sin-cocina-segun-anna-puigjaner-tu-casa-no-tiene-por-que-ser-para-toda-la-vida
Pastrana, D. (30 de junio de 2006). www.eluniversal.com.mx. Recuperado el 03 de junio de 2018, de El Universal: http://archivo.eluniversal.com.mx/nacion/140113.html
Thorns, E. (01 de abril de 2018). www.archdaily.mx. Recuperado el 05 de junio de 2018, de ArchDaily: https://www.archdaily.mx/mx/891687/anna-puigjaner-por-que-debemos-adoptar-la-ideologia-sin-cocinas