Educar desde el afecto

Post date: noviembre 03, 2014 | Category: Quinta Edición Junio 2008

Educar desde el afecto y desde el humanismo es reconocer que el alumno es un ser integral que contiene un cuerpo, una mente y su propia alma. El alumno, como todos, tiene sentimientos, emociones, deseos y necesidades particulares que satisfacer.

En base al libro titulado Filosofía de la Educación de Villalpando[1] anoté en un artículo que publiqué en el número 10 de la revista Liceus, editada en España lo siguiente:

“…es importante mencionar al español Juan Luis Vives (1492-1540). Autor de El tratado de la enseñanza y La pedagogía pueril, considera a la sabiduría como la diosa que gobierna la educación y al maestro como un padre amoroso de sus discípulos con quienes comparte su saber”…

 

Esta manera de pensar me lleva a reflexionar sobre las distintas maneras desde las cuales podemos educar, y en las responsabilidades que implican nuestras acciones. Es decir, que nuestros actos, nuestras palabras, nuestra manera de ser, nuestras alegrías o tristezas, logros o frustraciones afectan. Siempre afectamos a los demás. Afectamos constantemente en el sentido de hacer impresión en alguien causando emociones.

Carl Rogers decía que el alumno desarrolla aprendizajes significativos cuando se involucra a la persona como totalidad, incluyendo sus procesos afectivos y cognitivos. Entre otras cuestiones, Rogers mencionaba que era muy importante promover un ambiente de respeto, comprensión y apoyo para los alumnos. También recomendaba que el profesor no utilice recetas estereotipadas sino que actúe de manera innovadora y sea él mismo, que sea auténtico.

Estas reflexiones me conducen a determinar que es lo que deseamos para nuestros alumnos, y pude anotar entre otras cosas las siguientes: deseamos alumnos responsables, que tengan iniciativa y amor a su trabajo, que más que el estudiar por una obligación, se consideren dentro de una formación que resulta de su propia elección libre, y que su formación lo lleve a su propia realización. Deseamos alumnos eficientes, que aprendan a construir su propio conocimiento y que sepan relacionarse con los demás. Alumnos formados en la creatividad, la experimentación y la innovación.

Leí en un artículo reciente de Álvaro Magaña Tabilo, publicado en FOROALFA y titulado “Todas las cosas que no son diseño”, sobre lo que se considera “académicamente correcto” o lo que los docentes consideran como “correcto”. Ese ideal de “correcto” me hace pensar en docentes duros, críticos en el sentido de censurar, de hacerle un oprobio o afrenta al alumno, de no ser un formador sino un conductor de su aprendizaje y que el alumno realice lo que el maestro espera que realice olvidándose de sus capacidades, potencialidades y limitaciones, de sus gustos y preferencias.

Cuando he participado en alguna ponencia sobre humanismo en la educación, me he encontrado con situaciones en las que a los docentes no les gusta lo que se menciona sobre el humanismo en la educación y lo descartan por considerar que el ser humanista o afectivo puede inducir a perder el control sobre las obligaciones de los propios alumnos. Cabe hacer mención que se puede educar dentro del humanismo sin perder de vista el sentido de responsabilidad, y aquí cabe aclarar que en el humanismo, el alumno tiene facultades de decisión, libertad y conciencia para elegir y tomar sus propias decisiones, lo que lo traduce en un ser activo y constructor de su propia vida. He impartido mis charlas y en una ocasión me tocó escuchar la siguiente ponencia después de la mía, y observé que la moderadora (docente) leía la pregunta que un alumno escribió dirigiéndola al ponente, y la moderadora tachó y reclamó la pregunta del alumno porque contenía faltas de ortografía, y viene el regaño delante de todos en un congreso… La docente no me escuchó o actuó de esa manera como reflejo ya programado ante tales situaciones. Una respuesta de reclamo y censura respaldada por una posición de “autoridad” para poder hacerlo. Así encontramos docentes que regañan, censuran, que ponen muros entre los alumnos y ellos mismos, docentes que buscan el más mínimo error para tacharlo y marcarlo en vez de decirle al alumno de que manera hacer las cosas, enseñarle al alumno lo que no sabe. Hay ocasiones en que las clases pueden ser un recurso para desquitarse de problemas personales. En ocasiones, las exigencias son desmedidas pensando que el maestro entre más exigente y más trabajos pida, más memoria, es mejor. Maestros que cuando un alumno realiza una pregunta se le responde de manera áspera y no responden porque no saben, y les da temor que el alumno se pueda dar cuenta de que no sabe, y así el temor constante es el de perder autoridad y respeto.

Educar en el afecto es estar interesado en el alumno y en su formación, estar abierto a nuevas formas de enseñanza, fomentar un espíritu colaborativo, ser auténtico y tener empatía por sus alumnos, es ser sensible por sus preocupaciones y sentimientos. Es ser respetuosos de su forma de ser, de sus intereses y apoyarlos para que realicen sus sueños. Educar en el afecto es enseñarles que pueden relacionarse entre si dejando atrás las ofensas, los rencores y que la felicidad radica en la alegría de dar y compartir.

 

 

[1] Villalpando, José Manuel. Filosofía de la Educación. Ed. Porrúa. México, 1992.