Trazos y Mestizaje: Una reflexión a la producción gráfica japomexicana

Post date: junio 13, 2017 | Category: Décimo Quinta Edición Octubre 2015

ARTÍCULO

Resumen: El presente artículo pretende realizar un análisis de siete artistas japoneses que han tenido una producción pictográfica en nuestro país en distintos períodos, cuatro de ellos son migrantes  que llegaron a nuestro país después del Convenio Cultural firmado en el años de 1955 -Kishio Murata, Koyin Toneyama, Yukio Fukuzawa y Kenta Torii, mientras que los tres restantes son descendientes de familias japonesas que viven en México, revisaremos la imagen que crearon del contexto en el que vivieron recuperando para ello el pasado de ambas culturas. Lo que pretendemos es comprender estas obras de arte como fenómenos sociales que hablan de las transformaciones identitarias del grupo japonés que vive en la ciudad de México.

 

Palabras clave: Pintura, identidad, japoneses, México.

Hablar sobre el arte japonés y en específico de la pintura es hablar sobre un tesoro de la humanidad. A pesar de su origen chino el grabado xilográfico logró separarse de éste creando un camino propio. El arte japonés ha influido en las sociedades occidentales y cambió la percepción sobre los valores estéticos. Artistas como Van Gogh, Manet, Gauguin y Lautrec por mencionar algunos mostraron su admiración por el arte del país del sol naciente donde los aspectos de la vida cotidiana eran el eje de sus obras y del cual incorporan posteriormente su influencia en las técnicas de impresión y los temas representados.

Las primeras imágenes que llegaron a occidente se obtuvieron por medio de los viajes marítimos que realizaban los comerciantes de Europa en la ruta de Asia del este, donde obtenían mercancía envuelta en hojas de papel con diversas impresiones en las que se representaba la vida en Japón, sobre todo de la cultura de sus ciudades principales y las actividades que disfrutaban en su tiempo libre, la naturaleza representada por los bosques, las flores y las aves y algunas imágenes eróticas. Éstas fueron conocidas como  Ukiyo-e (浮世絵): imágenes del mundo efímero, ilusorio y flotante. Aunque este tipo de trabajo en un principio era considerado en Japón como parte de una esfera popular y sin mayor valor estético fue ganando importancia hasta tener talleres dedicados a esta actividad. Su época de esplendor fue en el periodo Edo (1615-1867) con los trabajos de Suzuki Harunobu y posteriormente de Hokusai Katsushika -autor de la obra La ola de Kanagawa. Este tipo de arte llegó a Europa a mediados del siglo XIX conquistando a varios intelectuales por su originalidad y sencillez en los trazos, sin embargo en esa época entraba en un periodo de decadencia en su país de origen. (Andia, 2014)

 

Hokusai Katsushika, La ola de Kanagawa.

 

México no fue la excepción para apreciar los encantos de este tipo de arte, por lo que no se puede dejar de lado la mayor colección de arte Ukiyo-e que existe en nuestro país, la cual perteneció al Dr. Álvaro Carrillo Gil quien logró hacerse de un amplio número de éstas en sus continuos viajes a Japón y que se encuentran disponibles en la colección del Museo de Arte Carrillo Gil. Sin embargo, no podemos decir que aquí comienza la apreciación del arte japonés por parte de los espectadores mexicanos ya que la relación entre ambos países se remonta a más de cuatrocientos años atrás y eso incluye el intercambio artístico y cultural.

La relación entre Japón y México deriva del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación firmado el 30 de noviembre de 1888 en la ciudad de Washington por parte del ministro Matías Romero (representante del gobierno de Porfirio Díaz) y Munemitsu Mutsu (ministro de la dinastía Meiji) con quien se inicia un pequeño proceso de migración en el que ingresaban japoneses en busca de una oportunidad de desarrollo en distintas zonas de nuestro país, sobre todo en el sur, tal fue el caso del estado de Chiapas donde surgió la primera comunidad de japoneses en México y que se llamó Enomoto dedicada a la cosecha y cultivo del café; esta población se enfrentó a situaciones adversas durante este proceso porque las condiciones no eran las propicias. Al llegar en la temporada de lluvias y carecer de los conocimientos adecuados sobre las tierras chiapanecas, el grupo no logró prosperar y  terminó diluyéndose. Posteriormente, los pocos japoneses que decidieron vivir en México en lugar de regresar a sus ciudades de origen y que habían logrado obtener algún negocio o tierras a principios del siglo XX las perdieron durante la Revolución Mexicana (que inició en el año 1910 y se prolongó hasta entrada la década de 1920). Asimismo, la migración fue casi nula durante este periodo. Sin embargo, en 1923, luego de que la revolución concluyera, llegó el pintor Tamiji Kitagawa inspirado en el movimiento muralista y trabajó como director de la Escuela de Pintura al Aire Libre de Taxco con lo que se dio  inicio a esta apertura de conocimientos entre ambos países (Tsukada Yoshiko, 2009).

Durante la segunda guerra mundial las relaciones diplomáticas entre ambos países se rompieron, ya que México apoyó a los Estados Unidos. Al finalizar el conflicto bélico se reanudaron los pactos entre ambas naciones y por medio del Tratado de Paz de 1952 se dio origen a una nueva etapa en las relaciones diplomáticas entre ambas partes. En 1954 Japón y México celebraron el Convenio Cultural que fue el primer tratado de la posguerra de Japón lo que  motivó a varios artistas del país del sol naciente a visitar México, sobretodo porque las obras de David Alfaros Siqueiros, Miguel Clemente Orozco, Diego Rivera y Rufino Tamayo ya habían sido presentadas en ese país. Además hubo una profunda participación de Octavio Paz en la difusión de la poesía japonesa en México.

El intercambio sociocultural que se generó entre ambas naciones queda de manifiesto en la producción de los diversos artistas japoneses que llegaron a nuestro país. Algunos de ellos vivieron en México por algún tiempo hasta que decidieron regresar a su país o continuar con su obra en distintas latitudes. A continuación hablaremos de algunos de los artistas que considero han tenido una relación particular con México:

Kishio Murata: Pintor de origen japonés nacido en el año de 1910, es considerado uno de los principales artistas de la pintura abstracta. Su sueño de niñez era convertirse en músico; sin embargo, la rigidez de su padre (de carrera militar) impidió que se convirtiera en realidad. Como pintor,  logró ganarse un lugar en la escena del abstraccionismo oriental con su técnica de transparencias y en las que, de acuerdo, con las palabras de su esposa lograba “componer obras musicales con colores” (La jornada, 2010). Murata llegó a México por invitación del Dr. Álvaro Carrillo Gil en el año de 1964 quien quedó maravillado por la composición de sus obras pues en opinión de Carrillo, el japonés  mostraba de una manera sutil la transición de lo material a lo lírico en el uso de las distintas texturas que conformaban sus obras. Durante este periodo Murata, trabajó en la Escuela Nacional de Pintura,  Escultura y Grabado “La Esmeralda” como profesor. Fue un pintor que aceptó vivir en México porque podía dedicarse a su obra sin ningún tipo de distracción social;  falleció en México en 1992.

 

Kishio Murata

 

Kojin Toneyama: Nació en la Prefectura de Ibaraki, Japón, en 1921. En 1943 se graduó de la Facultad de Letras de Waseda, aunque optó por dedicarse a la pintura, en específico al grabado. Es uno de los principales exponentes del arte contemporáneo de posguerra de Japón. Su relación con México inició en 1959 cuando realizó su primera exposición en el Palacio de Bellas Artes. Ahí, conoció a David Alfaros Siqueiros, quien se convirtió en uno de sus grandes amigos. La construcción de sus obras de arte tenían como base aplicar la técnica tradicional japonesa de Takuhon (calca a tinta) así mismo se identificó con las obras del muralismo donde “se muestra la búsqueda de un signo universal que represente a la humanidad en su conjunto” (Kato, s.f.) En 1972 se hizo merecedor al reconocimiento de la Orden Mexicana del Águila Azteca que entrega el Gobierno de México por su contribución al intercambio cultural entre México y Japón. Falleció en 1994.

 

Kojin Toneyama

 

Yukio Fukazawa: Nació en la prefectura de Yamanashi región de Honshu, Japón en 1924, posteriormente tiene que vivir en Corea por las actividades de su padre. Estudió el taller de Metal en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Tokio porque su padre no apoyaba sus aspiraciones para dedicarse a la pintura. Durante la Segunda Guerra Mundial resultó herido en un ataque aéreo por parte de los bombarderos estadounidenses en Tokio que le provocó una discapacidad en la rodilla derecha. En  1955 asiste a una exposición de arte mexicano presentado en el Museo Nacional de Ueno donde aprecia piezas de arte prehispánico y los trabajos de Rivera, Orozco, Siqueiros y Tamayo con lo que se convierte en un profundo admirador de la cultura mexicana. En 1963, viaja por primera vez a México al recibir una invitación del Consejo Nacional de Cultura y las Artes para impartir clases de grabado de metal. Pero fue hasta 1974 cuando regresó para presentar su exposición individual en el Polyforum Cultural Siqueiros. A partir de ese entonces sus viajes a México se vuelven constantes con lo que visita los pueblos mayas de nuestro país (Ramos Sánchez, 2009). En 1992, funda la Licenciatura de Artes Gráficas en la Universidad Arte de Tama en Japón.

 

Yukio Fukazawa

 

Por otra parte –más allá de los casos que ya hemos reseñado- habrá que considerar el tipo de fusión que ha habido entre las culturas mexicana y japonesa como consecuencia de la migración a México de algunos japoneses, quienes además formaron una familia en el país. Tomaremos como ejemplo a dos de los descendientes de japoneses que han influido fuertemente la esfera artística: Luis Nishizawa Flores, que nació el 9 de febrero de 1918 en la hacienda de San Mateo Ixtacalco de Cuautitlán, Estado de México, de padre japonés y madre mexicana. En 1942 ingresó a la Academia de San Carlos donde obtuvo el título de maestro en Artes Plásticas, influido por la corriente muralista de gran apego nacionalista, en 1955 inicia su carrera como profesor en la Escuela Nacional de Artes Plásticas donde impartió clases por más de 47 años. La producción de su obra se vincula con las raíces mexicanas y japonesas de sus antepasados, así mismo no utilizó una sola técnica de trabajo, se valió tanto del caballete como del material aplicado para el muralismo. Recorrió distintas formas de expresión como el gestualismo, el abstraccionismo y el figurativismo y también produjo obra escultórica. En  su amplía producción pictográfica representa elementos de la vida cotidiana: los paisajes que conoció en su infancia (donde se mostraba la fuerte influencia de la pintura japonesa con el uso de los tonos y tintas), la naturaleza muerta y el retrato de diferentes oficios (Villa Guerrero, 2014). Falleció el 29 de septiembre del 2014.

 

Luis Nishizawa Flores

 

Carlos Nakatani, nació en la ciudad de México en 1934. Hijo de padre japonés y madre mexicana vivió gran parte de su vida en el centro histórico de la ciudad de México. Desde pequeño mostró gran interés por las artes siendo su primer acercamiento de forma autodidacta para posteriormente ingresar a la Escuela Nacional de Artes Plásticas; su trabajo forma parte a la generación de la ruptura. También se incluyen dentro de su formación las estancias que realizó en Nueva York y Paris. Más tarde,  realizó trabajos como cineasta y escritor. Falleció en 2004.

 

Carlos Nakatani, Marina interior.

 

Hoy en día la generación nikkei –como se conoce a la segunda generación de descendientes japoneses nacidos en México-, han encontrado en el arte una forma de expresar la admiración por los diversos elementos de sus culturas de origen. También cabe destacar que la migración de artistas jóvenes hacia nuestro país continua, por lo que México se ha convertido en un espacio abierto para la difusión de las múltiples propuestas que están naciendo a nivel mundial, a continuación hablaremos de dos artistas contemporáneos.

Shinji Takemi: Su padre es japonés y su madre es mexicana de ascendencia japonesa, y estudió Diseño Gráfico. Aunque él indica que no maneja una técnica exacta, la mayor parte de su obra es creada bajo la acuarela, aunque también es conocido por sus pinturas murales. Takemi ha sido influido por el movimiento Superflat -Movimiento artístico creado por Takashi Murakami en el año 2002 en el que retoma los elementos de la cultura popular de Japón así como al anime y el manga. Dio a conocer su trabajo mediante el proyecto de arte y moda Tatoki, al lado de Kiyomi Tanamachi -enfocado en la difusión de arte, moda y diseño-. Sus obras toman personajes de mitos y leyendas de Japón, como los Oni, demonios con cuernos que asustan a niños y a quienes representa en la sociedad actual como niñas que buscan transmitir mensajes positivos. Estas creaciones se basan principalmente en la difusión de mensajes de amor y paz por medio del amor propio y el autoconocimiento, elementos esenciales de la filosofía budista, ya que busca tener un impacto positivo en el público que observa su trabajo (Careaga, 2012).

 

Shinji Takemi

 

Kenta Torii: Nació en la ciudad de Hiroshima en 1983. Tras una estancia en Brasil de dos años que le permitió conocer el arte latinoamericano desde otra perspectiva, decide regresar a su país de origen en donde estudió varios cursos vinculados al arte en la academia YMCA Hiroshima, aunque en realidad su formación es autodidacta. Llegó a radicar a la Ciudad de México en el año 2005, es aquí donde conoció el arte callejero y el muralismo, en los cuales ha participado. Desde entonces comenzó una carrera en el arte urbano en nuestro país, su obra tiene diversos trabajos que buscan exponer la fusión de ambas culturas, sobretodo de los elementos que conforman la espiritualidad, la vida y el amor por medio de imágenes simbólicas de ambos países para formar una nueva propuesta visual (Reyes, 2015).

 

Kenta Torii

 

El trabajo de estos artistas representa un diálogo que coadyuva a la construcción de una identidad, donde convergen elementos históricos y tradiciones ancestrales de ambos países. Sus creaciones son formas de expresión de una cultura cambiante, donde se revive el pasado, se manifiestan diversas interpretaciones del presente y al mismo tiempo puede construir una alteridad para el futuro.

Los múltiples cruzamientos entre ambas culturas han derivado en un mestizaje plástico, donde los artistas reinterpretan los procesos históricos, sociales, políticos y culturales que le resultan contemporáneos (donde la aceptación y la asimilación juegan un papel importante), a la luz de las raíces ancestrales de los grupos a los que pertenecen.

La producción de estas obras responden a los contextos en los que se desenvuelven los artistas y a pesar de que están influenciados por otras corrientes podemos identificar ciertos principios provenientes de la cultura japonesa (inclusive, filosóficos más que estéticos), donde se puede observar el mestizaje del que ya hemos hablado. Por lo que podemos afirmar que la producción japonesa en nuestro país expresa tanto las relaciones sociales como las inquietudes individuales del artista.

El significado social de estas obras de arte reside en la sublimación de los sentimientos de los autores sobre las experiencias de la vida social, porque a pesar de que responde a las pasiones y los intereses de los autores, éstas son mediadas por un contexto sociocultural pues “el arte no es sino una expresión de la vida social” (Mendieta y Núñez, 1979, p. 107) y a pesar de su origen individual tienen derivas de su sociedad, entonces podemos visualizar en  las obras de arte: un conjunto de normas y valores, formas de expresión tanto de la vida cultural como de la socialización y significaciones de la vida colectiva.

Crear es cambiar; de esta forma las pinturas que surgen del libre ejercicio de la imaginación cultivan una reflexión de las nuevas identidades. La producción de los artistas que revisamos corresponden a criterios reflexivos sobre nuestro contexto y su participación dentro del mismo, el cual está constituido por un momento introspectivo: el reconocimiento de la diferencia. Es decir, este tipo de pinturas visibiliza, una identidad de carácter inacabado que lucha por conocerse a sí misma entre dos culturas distintas. Esto, que no se encontraba representado por ningún tipo de discurso visual en nuestro país, ha logrado mostrar un mundo que no conocíamos en México.

Hoy en día la influencia de la cultura japonesa en nuestro país ha logrado que se desarrolle un movimiento de distintos artistas en el que se plantea una conjunción entre las diversas formas de crear y vivir el mundo a partir de la producción artística, en la que influyen elementos de origen japonés por parte de mexicanos ya sea por técnicas o los elementos a tratar. Estos  procesos y movimientos de apertura hacia la creación de lo que se ha decidido llamar japomexicano, representan un posicionamiento de estos artistas acerca de la forma en que se constituye la identidad de una minoría en nuestra ciudad, pero con la que convivimos de muchas maneras. Es una auto representación que entreteje un discurso distinto sobre los elementos de lo que consideramos cotidiano y que toma conciencia de sociedades alternativas que vinculan los elementos de ambas culturas manifestando una nueva conciencia histórica.

 

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